Cifuentes, en la crema
ESTE PAÍS tiene una permisividad pasmosa para los delitos de guante blanco pero lleva muy mal los delitos menores. Y es por eso que en las cárceles hay un narco por cada cuarenta camellitos. Prueba de ello es Ignacio González, que aguantó al frente de la Comunidad varios meses cuando todos sabíamos quién había pagado el ático al que se mudaba en vacaciones o, mejor dicho, cuando todos sabíamos quién no lo había pagado. Los traslados son siempre engorrosos y acaban generando intensos dolores de cabeza e imprevistos de lo más pintoresco. Ya saben, ¿quién no ha perdido su Trabajo de Fin de Máster entre caja y caja? El caso es que si parecía que Cifuentes tenía alguna posibilidad de conservar su sillón por ese pecado menor que es -presuntamente- comprar un título, estaba claro que nadie le iba perdonar lo de mangar dos botes de Olay antiedad en un Eroski. Como siempre, los Al Capones siempre caen por evasión de impuestos.