De tercera división
Abundan los motivos que justifican las dudas sobre la calidad de nuestra democracia, es sabido. Afloran cada día con claridad meridiana, y contribuyen a un descrédito de las Instituciones que no para de crecer.
La ceguera ante esta deriva, de no corregirse (y no parece haber intención), determinará un clima moral que nos devolverá a etapas que creíamos superadas, donde la falta de ilusión y el cinismo harán buenas migas, y las Instituciones que deberían dar ejemplo de lo mejor serán ejemplo de lo peor y motivo de mofa. Viviremos por ello en perpetuo estado de farsa.
Lo último en esta labor de zapa y mina de nuestro penúltimo intento democrático (viciado desde el principio), es la coincidencia de PSOE, PP, y CIUDADANOS en no investigar los delitos de la monarquía, según estos se desprenden de las declaraciones de la amiga especial del rey emérito.
El que no se quiera investigar los hechos denunciados les concede muchos visos de autenticidad, lo cual explicaría el tupido velo.
Nuestra historia reciente, es decir, desde que la corrupción y el fraude son el santo y seña de nuestro buque insignia, es una sucesión de velos, a cual más oscuro. Por decirlo mediante paradoja: nuestra opacidad es transparente y nuestra corrupción y falta de seriedad salta a la vista.
Se dirá que este contubernio trilateral de la gran coalición (PP, PSOE, y C's), sin más finalidad que defender hasta sus últimas consecuencias el sepulcro del Cid y el rancio feudalismo del derecho de pernada, se hace en acatamiento de nuestra sacrosanta (y muy imperfecta) Constitución, que declara inviolable la persona casi divina del rey (creíamos que ya no lo era, ni rey ni divino), de manera que el derecho de pernada aparece así amparado bajo el paraguas de nuestro fofo Estado de Derecho. Sin duda un Derecho bastante torcido y protofeudal.
Uno, en su ingenuidad pueril, no acaba de comprender esta pervivencia en nuestro país, y ya en pleno siglo XXI, de los aspectos más irracionales de la Historia humana, que creíamos superados con la revolución francesa y otras conquistas del progreso. Pensábamos de hecho que este tipo de delirios ya solo podían contemplarse enclaustrados en urnas de museo, bajo siete llaves, como monstruos infames del espíritu rancio de otros tiempos, fantasmas del ayer, y no en vivo y en directo.
Es como si Joaquín Costa pudiera decirnos algo con sentido y plena vigencia mismamente mañana, merced a una degeneración casposa que aún necesita regenerarse.
Es como si a la democracia en España (eterna solicitante lacrimosa) se le siguiera diciendo con impasible modorra burrócrata: "Vuelva usted mañana".
En fin, que nuestro régimen huele a naftalina y espacio cerrado, recinto "aforado" y sepulcro.
Esa es otra: los famosos "aforados" españoles, porque lo cierto es que en otros países de nuestro entorno no se cría con semejante lujuria este fruto transgénico. ¿Será el calor?
Comparen el número de aforados en Alemania y el número de aforados en España. Luego comparen el funcionamiento de aquel país y el desastre de este.
Y se volverá a la misma justificación del vicio: la sacrosanta Constitución lo establece. Ya huele. Quiero decir que parece imperioso renovarla con aire fresco y mayor sensatez, si algún día en el futuro queremos llamarnos democracia y Estado de derecho.
Y es que según yo lo veo nuestra Constitución se contradice. Por un lado afirma que todos los españoles somos iguales ante la Ley, y por otro sostiene que el rey es inviolable, como Dios en los tiempos de Yahvé, y que si le da por perseguir ninfas normandas o evadir impuestos allende los mares, pues está en su derecho divino.
O sea que todos los españoles somos iguales ante la Ley pero él es austrohúngaro.
Debe ser eso.
Y por el estilo lo de los aforados endémicos, autentica epidemia de aquí, de tal manera que pudiera ocurrir que Casado, líder del PP y aforado, salga con bien de las mismas acciones fraudulentas en su currículum que determinen condena en otros españoles de a pie, autores de iguales trampas.
Desigualdad ante la ley y privilegio notorio blindados por la Constitución.
Lo nuestro es un disparate que no cesa.