¿Democracias iliberales o liberalismos no democráticos?
"El sistema financiero está plagado de dogmas falsos, malentendidos e ideas equivocadas: los mercados, dejados a su aire, no tienden al equilibrio sino a hinchar burbujas". GEORGE SOROS.
“En cuanto al nombre, puesto que la administración se ejerce en favor de la mayoría, y no de unos pocos, a este régimen se lo ha llamado democracia”. (Del discurso de Pericles). TUCIDIDIDES / La guerra del Peloponeso.
Digamos, antes que nada, que la primera cita que precede pertenece a alguien -George Soros- del que se presume, y lo ha demostrado, que conoce el sistema desde dentro. Estos expertos nos regalan de vez en cuando con algún secreto inconfesable, vislumbre de la auténtica realidad que subyace tras la máscara posverdadera.
La segunda cita corresponde a un discurso pronunciado en Atenas, matriarca de Occidente, por Pericles, en el siglo V antes de Cristo. Es un elogio de la democracia.
Justificar como un gran logro de nuestro sistema, o como un gran sistema, la actual anomalía, es decir, que los intereses del 1% de la población prevalezcan sobre los intereses del 99% restante (parece esta una ecuación que va a definir nuestro tiempo), generando una desigualdad extrema que tensiona la sociedad y la violenta, requiere un gran esfuerzo de manipulación. También precisa de una ingeniería compleja conducente a ese estado de cosas, facilitado no obstante por el servilismo bien pagado de no pocos gobiernos corruptos, capaces de manipular el Estado de derecho y las leyes al servicio de los mercados: el artículo 135 y Zapatero como ejemplo y paradigma; el cambalache del banquero Botín y el presidente Zapatero, como norma de intercambio.
No está claro a qué clase de realidad política se ha dado en llamar últimamente "democracias iliberales". Confiemos que nuestros dirigentes tengan un poco de sensatez y hagan un ejercicio de autocrítica para no promover aun más el equívoco.
Cabe esperar, con buen sentido, que no se refiera dicho término a aquellas democracias que anteponen el interés público a la ciega mecánica del casino financiero, prevención saludable que durante tanto tiempo cumplieron a rajatabla la mayoría de las democracias occidentales (excepción hecha quizás de USA) desde el final de la segunda guerra mundial, y con notable éxito.
Cuando hablo de "casino", como metáfora de este sistema, me estoy refiriendo al casino de los tahúres de las finanzas (verdaderos antisistema), agentes del doble juego y el doble lenguaje, incluso de la doble estafa (últimamente cumplimos en Occidente aniversarios de estafas más que de éxitos): la de 1929, conocida como la "Gran depresión", que precipitaba seres humanos –dicen- desde los altos rascacielos de Manhattan, y la de 2008, prima siamesa de la anterior, conocida como la "Gran recesión", que recorta derechos y desahucia familias para rescatar bancos y banqueros (de paso paga bonus e indemnizaciones jugosas a los mismos golfos que pusieron en marcha la estafa). En ella estamos.
Más allá del leve matiz terminológico, ambas estafas significan la misma cosa: un dogma tóxico y subprime empaquetado en falsa retórica liberal.
¿Democracia iliberal?
Quiero penar que con este término no se hace referencia a los sistemas que priorizan la democracia sobre la desregulación económica. Porque los hay de signo contrario, sin duda más tóxicos: sistemas que priorizan la desregulación económica sobre la democracia. Liberalismos antidemocráticos, liberalismos capados y pret a porter. Esta es hoy nuestra principal amenaza en Occidente.
Se trata de liberalismos teratógenos que aspiran a construir aquellas dictaduras distópicas y oligárquicas soñadas por Platón, y ya intentadas en su tiempo a través del tirano de Siracusa. Siempre hay un tirano a mano para poner en práctica la extraña libertad de estos falsos liberales.
El falso liberalismo de nuestro tiempo también hizo sus correspondientes experimentos distópicos, por ejemplo mediante el tirano de Chile, míster Pinochet, "al que tanto le debemos", como dijo de él en su día la dama de hierro tomándose un te helado, al tiempo que le ponía a salvo de los requerimientos de la justicia.
Estos pares discordantes, que hasta suenan mal ("democracia iliberal" "liberalismo antidemócrata"), deben corresponder a los efectos disolventes de una época malsana, cuyo origen (en su última edición) cabe fechar en los tiempos de Ronald Reagan y Margaret Thatcher, aquellos que finiquitaron la Historia para entronizar su fanático catecismo.
No se entiende -o eso creemos- la democracia sin libertad, de la misma manera que no se concibe la libertad sin democracia. Y sin embargo, tales realidades monstruosas existen, y ya Ortega y Gasset, se refirió a ellas.
En su ensayo "Notas del vago estío", en el capítulo titulado "Ideas de los castillos: liberalismo y democracia", dice así:
"De esta suerte aparece con suficiente claridad el carácter heterogéneo de ambos principios. Se puede ser muy liberal y nada demócrata, o viceversa, muy demócrata y nada liberal".
Claro que luego nuestro filósofo llega a conclusiones un tanto peregrinas y casi a un elogio "ultra liberal" del feudalismo. Decía Ortega:
"Los señores de estas casas monstruosas que llamamos castillos han educado las masas galorromanas, celtíberas, toscanas para el liberalismo".
Y esto lo sostenía Ortega argumentando que los señores feudales de los castillos defendían su libertad, sus franquicias, y en resumen sus "privilegios", frente al poder invasivo del rey (Estado).
Pero claro, se omite en ese argumento tan aristocrático (y tan sesgado) que esos señores feudales, tan "liberales", no respetaban luego la libertad y las franquicias de sus siervos, frente a su propio poder invasivo y despótico.
Es la misma inconsecuencia interesada de los nuevos señores feudales de nuestro tiempo, que tras proclamar las virtudes de la selva y la guerra, cuando llega el peligro y la quiebra se acogen al refugio de lo público y se esconden detrás de las filas de sus pobres mesnadas. Dan la espantá y nos cuelgan el muerto.
Sin duda es un hallazgo raro decir -como dice Ortega en ese ensayo- que los derechos del hombre se los debemos a estos señores feudales, cuyo hábitat era el páramo belicoso de los castillos, campo de juego de la fuerza bruta y la trampa aliada con el poder del oro, metáfora de la moderna selva neoliberal. Estas contorsiones teóricas de Ortega vienen al pelo para dar fácil coartada a la actual moda: la posmodernidad como un retorno alegre al tiempo de los siervos.
Más que guerrear lo que les gusta a estos nuevos señores feudales de las finanzas es tener siervos y paganos. Ya les endosan a ellos la factura de los desastres y sus trampas.
Desde luego no llevaremos a buen puerto la discusión si confundimos la libertad con la desregulación económica que propicia estafas globales (tras toda una retahíla de fraudes parciales y progresivos), o con la corrupción de las élites y de los gobiernos escasamente representativos (puertas giratorias, paraísos fiscales, políticos aforados, banqueros blindados, monarquías impunes, etc.), que sin duda apestan a un renovado feudalismo de "señores" y caciques.
Tiempo de castillos y fortalezas, tiempo de paraísos fiscales y de chiringuitos financieros bien almenados, con puente levadizo contra la plebe, tiempo de fronteras cerradas para los pobres y los que buscan refugio, pero abiertas de par en par (globalizadas) para la rapiña extractora y la evasión de impuestos.
Tampoco coincidiremos en el diagnóstico si confundimos los efectos con las causas (error de principiante), y ocultamos que la actual crisis de Europa y por extensión de Occidente, procede de un liberalismo no democrático, en el que los tahúres de las finanzas han tomado el timón, y que eso otro de las "democracias iliberales" (quizás referido a populismos de derechas xenófobos y racistas) ha surgido después, como efecto y consecuencia de la causa primera, hacia la que no se quiere mirar, porque nos desluce el dogma y nos pone en evidencia.
Esto lo tiene claro Obama cuando afirma que Trump es el "síntoma" y no la "causa". Y es que tras el síntoma Trump hay un agente patógeno reconocible al que damos alas cada día y rendimos pleitesía como monaguillos obedientes. Incluso le hacemos un hueco, a codazos, en nuestra Constitución.
A pesar de diagnóstico tan a la mano de las causas que subyacen (a no demasiada profundidad), un gran número de analistas siguen embobados (o nos emboban) con el efecto en superficie. No se les cae el "populismo" de la boca ni de la sopa boba, vale para un roto y para un descosido, para un barrido y para un fregado, así de fácil. Más valiera atender de una vez por todas a las causas de todo esto, que en el caso de Europa se corresponden con unos principios fundacionales nefastos, sustanciados en un neoliberalismo radical y extremo, deshumanizado y antidemócrata. Un dogma falso, como declara Soros.
Si aún hay tiempo para refundar Europa sobre principios más sociales, democráticos, y solidarios, Europa tendrá futuro, si no no. Si en un continente que tiene por canon y principio irrenunciable la democracia, existe el convencimiento ciudadano de que quien manda es Merkel (pongo por caso), y esta a su vez obedece las órdenes de los mercados o de los bancos alemanes, no habrá sintonía ni buenas vibraciones entre representantes y representados, y el resultado será el que hoy contemplamos, que aunque malo aún puede empeorar, de persistir en el empeño. Y si además, el resultado de las elecciones democráticas se respeta o no, según convenga al mercado, como ocurrió en Grecia, apaga y vámonos. Nos cargamos Europa.
Entiendo que la democracia es un principio ético que podemos decir Occidental, a la vez que un principio social y político que inspira y atraviesa nuestra cultura -con alguna que otra interrupción- casi desde los tiempos de Atenas y Esparta. Y entiendo que este principio fundacional es axioma y base de todo un edificio de civilización y de humanismo, donde lo social y lo público es prioritario, sin merma de la libertad.
Y sin embargo, la desregulación económica extrema, como hoy la sufrimos (al igual que en la estafa del 29), que quiere autoproclamarse sinónimo perfecto y excluyente de la libertad, no lo es. Ni occidental ni principio. Ni siquiera moderno. Si acaso, una moda servil, ajena e importada, sujeta a una ley mecánica (la economía es una ciencia dura) que se superpone al hombre y sus principios, sustituyendo su voluntad colectiva por el ciego juego de las bolas de billar o por el incontestable designio de los tramposos. En beneficio por tanto de unos cuantos, poco amigos de guardar unas mínimas reglas de honestidad y aún de urbanidad. Tahúres.
Confundir la especulación financiera y los manejos de esos tahúres con la libertad, es poco prudente y poco práctico, vistas las consecuencias. Impropio de Occidente y su cultura.
Sin embargo China, que pertenece al ámbito cultural de Asia, ha podido encajar mejor ese liberalismo (falso) de casino que hoy se prodiga como mera desregulación de la economía, sin necesidad de democracia (que allí brilla por su ausencia) siguiendo un patrón propiamente asiático, acorde con las satrapías ancestrales. Un modelo "bárbaro" y "exitoso", según cierto concepto de éxito, que es perpetua tentación para este Occidente desorientado, secuestrado y extirpado de sus raíces mejores.
Produce tal corriente de admiración, entre los apóstoles del nuevo catecismo, esa simbiosis china de estalinismo de Estado y capitalismo salvaje, que nuestros "liberales antidemócratas" no paran de aplaudir con las orejas.
La democracia nos sobra, calculan. Y por supuesto, sobre aquella ausencia de libertades políticas, de pensamiento, de asociación, o de expresión, sobre aquella ausencia de los derechos del hombre en la posmodernísima y liberal China, ni mu.
En realidad fue un modelo teórico ya implementado, a sangre y fuego, en el Chile de Pinochet, propiamente asiático, neoliberal, y antidemócrata, reedición del amago platónico con el tirano de Siracusa, el famoso Dionisio.
Entre Dionisio el siracusano y Pinochet el chileno, hay una relación de alta y rancia especulación teórica que cifra el maquiavelismo de nuestro sistema: pura ofensiva contra la democracia.
Hoy la tentación para los oligarcas de las finanzas y sus lobbys, representantes de la ultraderecha económica que desgobierna Europa, es ceder a las exigencias de la ultraderecha ideológica y racista, ampliando (aún más) la perdida de derechos y libertades, a cambio de salvaguardar el núcleo duro de su economía delincuente. Esto no va solo de emigrantes. Esto va de fascismo y democracia.
La desorientación de Occidente no procede solo, como opinan algunos, de la velocidad de los cambios. Procede en mayor medida de la dirección que han tomado esos cambios, que contradice de manera frontal la cultura democrática y humanista de Occidente.
Podemos encontrar una primera formulación teórica de la democracia en el discurso fúnebre de Pericles tal como nos lo trasmite Tucídides en su obra "La guerra del Peloponeso", del que arriba citamos un extracto. Ese discurso describe el enfrentamiento entre Atenas y Esparta, no solo como el enfrentamiento entre dos ciudades-estado, sino como el enfrentamiento entre dos formas de ver el mundo.
Ese discurso de Pericles, tan antiguo y tan moderno, resuena como el hielo resquebrajándose después de una oscura era glacial. Escuchándolo podemos tener la misma sensación perpleja de los "modernos" admiradores del "primitivo" arte de Altamira, asaltados por una pregunta inquietante:
¿En qué dirección caminan nuestros pasos? ¿Retrocedemos? ¿Somos más mentecatos que Pericles? ¿Somos más primitivos que los artistas de las cavernas?
En un artículo reciente, basado en un cuento de Dino Buzzati ("La noticia"), su autor ve la solución a estos problemas -ya no se pueden ocultar- en acelerar: (¡Más Europa!). Es decir, en que la orquesta, con su Directora valquiria al frente, acometa un prestissimo, indistinguible de una huida hacia delante.
¿Y no será más sensato cambiar de partitura visto el éxito que vacía la sala?
¡Europa! ¡Europa! Si, ¿pero cuál Europa?
Cuando el barco se hunde no es prudente que la orquesta siga tocando la misma partitura con el tono hiperbóreo de la caída de los dioses y al grito insolidario de “sálvese quien pueda”.
Propongo como alternativa más saludable y eficaz "La consagración de la Primavera", en versión de Salonen, y bailada por Pina Bausch.
Refundar Europa, renacer, antes de que sea demasiado tarde.