En esta época de incertidumbre social y turbulencias económicas, los medios de comunicación se han convertido, más que nunca, en un termómetro bastante fiable de la salud de la democracia.
Incluso, ante ciertos desmanes y excesos de los poderes político y económico, han llegado a asumir propiedades analgésicas, antibióticas y hasta quirúrgicas. Constituyen, por tanto, un elemento consustancial a cualquier sociedad desarrollada y un activo imprescindible para defender y preservar la igualdad de todos los ciudadanos y, consecuentemente, para garantizar una convivencia en orden y armonía.
A la vista de los hechos, resulta paradójico que mientras cumplían con esta misión y vocación sociaL,especialmente los medios impresos han descuidado su salud y su supervivencia hasta verse afectados por el mal de la revolución tecnológica. Se trata de una patología que incluso ha llevado a algunos analistas, como el reputado periodista y catedrático norteamericano Philip Meyer, a pronosticar, como si de un augurio maya se tratase, la defunción de los diarios impresos en el horizonte de 2043.
Sin ánimo de ponernos tan catastrofistas, que ya habrá tiempo hasta 2043 para ir buscando alternativas, lo que sí es cierto es que el escenario mediático actual puede resultar hasta siniestro (basta con visitar, por ejemplo, la web newspaperdeathwatch.com, en la que se enumeran en la sección RIP los medios impresos que van desapareciendo en Estados Unidos y que se cuentan ya por miles en los últimos años).
Nos hallamos en una época histórica en la que los vertiginosos avances tecnológicos están propiciando cambios en las conductas establecidas y un nuevo modelo social y relacional basado en la globalización, la sobredosis informativa y la movilidad. Para las cabeceras impresas históricas, esta revolución tecnológica ha llegado como la corriente de un río que, o bien afrontas con energía y decisión para mantenerte a flote, o bien te arrastra irremediablemente sin posibilidad de reacción.
Por eso, especialmente ayer, fecha en la que se cumplían 104 años de la publicación del primer ejemplar de La Región, resulta elogiable el esfuerzo realizado por este grupo de comunicación para hacer de la necesidad virtud y transformar la página web www.laregion.es.
Esta renovación, lejos de limitarse a meros aspectos cosméticos, simboliza un cambio de filosofía y una auténtica mutación conceptual y operativa en la apuesta por el periodismo digital como complemento y refuerzo -no necesariamente como sustitutivo- del periódico que los ourensanos están acostumbrados a comprar y leer cada mañana. Este cambio es la mediamorfosis con la que el periodista checo Roger Fidler se refería a "la transformación de un medio de comunicación de una forma a otra, generalmente como resultado de la combinación de cambios culturales y la llegada de las nuevas tecnologías".
Esta mediamorfosis de La Región es una respuesta ambiciosa a los retos, demandas y necesidades de los lectores, que practican una comunicación permanente, interactiva, ubicua y móvil. Es también la forma en que este medio interpreta la voluntad y los deseos de sus usuarios, ofreciéndoles como resultado una web que sitúa a La Región a la vanguardia del periodismo digital gallego y nacional.
El valor añadido de esta transformación va bastante más allá del cambio de diseño, de la incorporación de una nueva plataforma de gestión de contenidos (Opennemas) y de la incorporación de la tecnología responsive para facilitar la lectura de la web en los distintos dispositivos móviles. Ese valor añadido alcanza incluso al hecho de que La Región ha confiado su futuro digital a un grupo de empresas gallegas lideradas por la firma ourensana Openhost, que desde Amoeiro da soporte tecnológico a múltiples periódicos on line de distintas partes de España y de países como Argentina o México. Por tanto, la página web que hoy se visualiza desde el dominio www.laregion.es es el resultado de un I+D cien por cien gallego.
Ahora, sólo queda desear que el resultado del trabajo realizado agrade a los usuarios, que son los verdaderos jueces, y que ellos mismos contribuyan con sus sugerencias a mejorarlo en el futuro para que La Región perdure, al menos, otros 104 años.